la historia comienza a ras de suelo, con pasos.


Si bien, el acto físico de caminar es tan antiguo como la historia de la humanidad, el paseo, entendido como actividad cultural deliberada –y no como simple medio para alcanzar un fin–, no apareció en Europa hasta los tiempos de Rousseau. En aquella época, una serie de paseantes célebres pretendieron legitimar su afición remontándose a la Grecia antigua, en una exaltada muestra de veneración poco respetuosa con la verdad histórica. Entre ellos se encontraba el excéntrico John Thelwall, escritor y revolucionario inglés que publicó un voluminoso ensayo titulado The Peripatetic (1793), en el que relacionaba el romanticismo de inspiración rousseauniana con una tradición clásica que hoy se nos antoja apócrifa: «En un aspecto puedo jactarme de cierta semejanza con los sabios de la Antigüedad –llegó a escribir–: yo también medito mientras camino».  En cualquier caso, Rousseau  es el primero de una larga lista de pensadores que han argumentado y experimentado el acto de caminar como herramienta básica y constante de conocimiento en tanto que acto fundamental para aprehender el mundo. A Rousseau le seguirán otros como Thoreau, Wittgenstein, Nietzsche, Benjamin hasta llegar a nombres contemporáneos como Michel de Certeau o Manel Delgado (por citar sólo los más conocidos). La influencia de esta línea de pensamiento sobre el mundo del arte y la literatura ha sido inmensa y ha dado origen a grandes obras desde el siglo XIX hasta nuestros días. 

Jean-Jacques Rousseau

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Sólo puedo meditar mientras camino; tan pronto como me paro, dejo de pensar, mi cabeza funciona con mis pies” Confessions

Ludwig van Beethoven

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Desde Baudelaire y la figura del flâneur  hasta las experiencias preformativas de los situacionistas o del grupo Stalker, el abanico es amplio y heterogéneo. Sin embargo, pocas veces los estudios se han ocupado del arte de coleccionar paseos. Esta actividad, que posee una plaza indiscutible y legítima entre las diversas formas de arte derivadas del acto de caminar, ha sido sistemáticamente olvidada y es hoy una forma de arte prácticamente desconocida.


 

Las primeras colecciones de paseos aparecen a finales del siglo XVIII. Para entender el origen de esta singular costumbre, hay que remontarse a los grandes periplos de este siglo, donde un gran número de jóvenes , principalmente aristócratas  ingleses, fueron enviados a recorrer Europa con la finalidad de perfeccionar su educación y ampliar su cultura. El simple hecho de abandonar el “dulce hogar” y viajar  por placer supone para la época un acto de extraordinaria excentricidad. Los destinos de predilección del momento eran Italia (sobre todo Florencia y Venecia), ciertas regiones francesas, alemanas y de la península ibérica.

Detalles grabados primer aparato de fotos portatil y primeras fotos de viajes

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Judío Errante
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Acompañados de cerca por sus tutores, estos jóvenes pertenecientes a una élite debían ,durante el viaje, afianzar su conocimiento de lenguas extranjeras y sus talentos de diplomáticos, desarrollar sus buenas maneras y renunciar a toda práctica pueril. Estos viajes iniciáticos de lujo, significan el principio de la historia del turismo. Con el nacimiento de esta práctica, asistimos a una proliferación de documentos  y objetos tales como cuadernos de viaje, mapas,  guías, álbumes de fotos, postales, objetos souvenir etc. Hoy por hoy, la mayoría de ellos forman parte de nuestra vida cotidiana y el turismo supone una de las fuentes de ingreso fundamentales en la economía de muchos países. Pero en 1798 imaginar la utilidad de algo como la “guía del trotamundos” hubiera requerido más audacia que la de imaginar que el hombre podía llegar a la luna.





 



Es entre estos documentos donde vamos a encontrar las primeras tentativas de notación  de pasos. Diversas formas de atrapar las huellas, la expresión de lo vivido durante el tiempo de un paseo. Las primeras colecciones de paseos aparecen por tanto al mismo tiempo que las primeras colecciones de piedras de borde del mar, conchas, o cualquier otro objeto guardado como recuerdo de esos largos periplos. 
Estos documentos y prácticas reflejan una época a caballo entre un entre una inquietud científica ávida de producir documentos racionales y objetivos y la exaltación de los sentimientos que preconizan el romanticismo.  Una sociedad que no había separado todavía la ciencia y el arte en dos lugares diferenciados del saber.



Grabado siglo XVIII

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Durante el siglo XIX, la práctica de coleccionar paseos va a ir ganando adeptos fundamentalmente en otros países europeos.  Aunque existen documentos que prueban la existencia de varios “círculos” de coleccionistas en diferentes países, el arte de coleccionar paseos es sin lugar a dudas una práctica individual, intimista que sus autores guardan con recelo incluso si se trata (como en varios casos conocidos) de personalidades célebres de la época. Las colecciones son tan heteróclitas como sus autores.  Desde una retrospectiva histórica se puede constatar que existen varias corrientes y “escuelas” que determinan ciertas épocas históricas y la especificidad de algunos paises. Pero la personalidad y profesión de cada autor es decisiva en la elección de los métodos y técnicas para abordar cada pieza de colección. Es inevitable que la proliferación de inventos que va a conocer el siglo condicione una permutación constante de las formas de registro y reproducción de estos paseos de igual modo que va a ocurrir en otros campos artísticos.

Herman Kindfater

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Olivier Lambert

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Vigo Vila

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Círculo Holandés

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 No será hasta el siglo XX, con la obra de Otto Waltser que la práctica de coleccionar paseos gane finalmente el interés de los historiadores y amantes del arte en general. La colección Waltser es un universo de irrefutable singularidad que funciona al mismo tiempo como una “clave” de acceso a toda la historia del arte de coleccionar paseos.