OTTO WALTSER,  (Lugano, 1897 – Marly-les-Valenciennes, 1985)

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Otto Waltser con sus padres a la edad de ocho años




Otto Waltser fue una de esas personas de timidez y discreción tan acusadas que podría pensarse que dedicaron su vida a intentar pasar desapercibidas. No queda constancia de que escribiera diarios íntimos en ninguna etapa de su vida, sus familiares más cercanos conservan de él un recuerdo vago, el de un ser silencioso que llevó una vida ordinaria hasta la muerte de su esposa.

La mayoría de datos que nos sirven hoy para esbozar una biografía (parca en documentos gráficos) han sido recabados por los historiadores fundamentalmente a partir de la correspondencia personal recuperada en los archivos de la Fundación SLM.

Hijo único de un alto cargo de la diplomacia Suiza, Waltser pasó su infancia y su adolescencia de casa en casa y de país en país. Todo indica que fue esta vida trashumante la que le contagió el gusto por los viajes, los desplazamientos, las lenguas y las culturas más diversas; y quizá también, paradójicamente, esa discreción suya tan extrema y exquisita.

 


Durante sus años de estudiante, conservó la costumbre familiar de cambiar continuamente de país y siguiendo los consejos y el apoyo de su padre cursó estudios en cuatro universidades distintas: en la Universität Heidelberg (Alemania), en la Université de la Sorbonne (Francia), en la Università di Bologna (Italia) y en la University of Oxford (Inglaterra). Alumno trabajador y aplicado llegó a seguir cursos de Historia, Geografía, Lengua, Derecho y Ciencias Naturales. El joven Waltser no parece tener gran interés por las actividades gregarias y mundanas propias de los círculos universitarios de élite y parece refugiarse en prácticas más solitarias como la lectura o los paseos.

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La familia Waltser recibiendo a los embajadores de Gran Bretaña

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Sala de lectura del Castillo de Stafforshire.
En la pared de la derecha se puede apreciar la obra "A collection of walks"

Mr.Moon

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  Fue precisamente en su época de estudiante en Oxford cuando Otto Waltser conoció a una persona que iba a cambiarle la vida: Mr. Leopold Moon. En uno de sus habituales paseos por los jardines de la universidad, el joven Otto, que por entonces acababa de cumplir veintidós años, se topó casi por casualidad con aquel personaje que respondía a todos los clichés del gentleman, del dandi por antonomasia, casi un trasunto senescente de Oscar Wilde. Nacido en Londres y aristócrata acaudalado, Mr. Moon invitó en numerosas ocasiones a Waltser a su castillo de Staffordshire, donde pudieron compartir su afición por la literatura, su pasión por los viajes y su obsesión por los paseos. Ya en el ocaso de la vida, Mr. Moon encontró en Otto Waltser al hijo que nunca había tenido, y la correspondencia que desde entonces mantuvieron deja entrever la admiración mutua entre dos hombres tan distintos y tan parecidos a la vez. El 11 de agosto de 1921, día de su vigésimo cuarto aniversario, aquel gentleman de cabello plateado le regaló a Otto un planisferio antiguo con un sistema de notación excepcional. unas pequeñas bolsas de té y un código secreto de letras que marcan un itinerario de viajes. Al interior de esos viajes el recuerdo de numerosos paseos que acababan ritualmente con un té (como todo buen inglés). Este mapa, presente en esta exposición es la pieza más antigua que se conserva reconocida como “una colección de paseos”.


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Institut Turner, Paris. Primer congreso Internacional de Memotécnica.


 
Pocos meses después, Waltser se casaba en Lugano con Imnga Waltser y Mr. Moon moría a bordo de un velero que atravesaba el Atlántico rumbo a Nueva York. La muerte de su amigo y mentor llevó a Otto Waltser a inaugurar en secreto su propia colección de paseos. Mr. Moon no va a cambiar el carácter discreto y reservado del joven Waltser pero dejará en él una huella indeleble que se afirmará con los años por una marcada inclinación a una excentricidad discreta y fascinación por lecturas, personajes e invenciones vangauardistas o experimentales para su época.

Ya en los primeros años de la edad adulta, y por petición de su esposa Waltser decidió no continuar la carrera diplomática que su padre había soñado para él e instaló en Suiza, (pais natal de ambos) su residencia definitiva.  Ejerció diferentes trabajos ligados siempre a la traducción y que le permitirían continuar viajando con regularidad. Durante esta etapa de su vida, su singular colección de paseos, se desarrolla  y aumenta de manera muy irregular.  Durante estos años su colección es un  refugio secundario, ligado a sus eventuales viajes de trabajo. Pero lo que empezó como un pasatiempo, terminó absorbiéndole por completo durante los últimos treinta años de su vida: tras quedarse viudo en 1955, decide abandonar definitivamente su residencia de Lugano repleta de recuerdos de una feliz vida compartida que no existirá más y se dedicó a recorrer el mundo para evitar la melancolía. Regularmente escribía a su hija y a sus amigos más íntimos, pero en las cartas hablaba poco de sí mismo y prefería describir los lugares por los que pasaba o las personas que iba conociendo.

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Imnga Waltser

 Sin embargo, además de aquellas carta, Waltser enviaba regularmente una serie de paquetes a su antigua residencia  dirigidos a si mismo. Unos paquetes que contenían cajas de formas y dimensiones casi idénticas, destinadas a ir acumulando polvo en las habitaciones de la casa de Lugano. Nadie pensó en abrirlas nunca hasta la muerte de Otto Waltser. Estas cajas contenían las 320 piezas de colección correspondientes al mismo numero de paseos que Waltser realizó en este último periodo.

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Ultima foto conservada de Otto Waltser

 La figura de Otto Waltser  ha adquirido en los últimos años una enorme notoriedad, y no solo por ser el responsable de una de las colecciones de paseos más extraordinarias que existen, sino por haber sido el primero en convertir el paseo en un arte con todas sus letras: y, lo que resulta aún más sugerente, en una forma de autobiografía. Porque, en el fondo, la actividad que Otto Waltser llevó a cabo durante toda su vida no deja de ser un acto eminentemente poético: la tentativa de reconstruir una biografía a partir de esos instantes nimios en los que parece que no pasa nada. Los instantes de un paseo. El arte de coleccionar paseos puede considerarse, así, según lo practicó el grand collectionneur, un acto voluntario de escribir la infrahistoria, aquella que no aparece en los libros de texto, ni en las enciclopedias, ni en los periódicos. Aquella que pertenece simplemente al hecho de ser cuerpos que caminan entre otros cuerpos.